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Foto del escritorCazador de Zombis

El Apocalipsis Zombi de la Vida Real

Asistimos al máximo acontecimiento de nuestra generación, uno que ha cambiado todo: la forma como nos relacionamos con el prójimo, nuestra manera de entender la realidad, nuestro modo de vida. No es, querido lector, la pandemia del covid19 de lo que estamos hablando; tampoco la 4T, ni el advenimiento de Donald Trump al escenario político global; no es el entusiasmo ni las reservas provocadas por el surgimiento de las criptomonedas, tampoco el ominoso pase del célebre bastón de mando, ni la increíble admisión de existencia de vida extraterrestre, con todo y aliens disecados, que recién ocurrió en el congreso mexicano. Nada de eso. Se trata de una hecatombe de magnitud cósmica sin precedentes. Es el apocalipsis zombi.


Los cómics, novelas, películas y series del subgénero zombi no fueron suficiente advertencia para prevenir el apocalipsis. Los zombis se apoderaron del planeta y apenas algunos avezados cazadores nos dimos cuenta, aunque demasiado tarde. Ello se debe a que, para sorpresa nuestra, los zombis no resultaron ser tal cual se presentaron en la cultura popular, sino que aparecieron con algunas variaciones en sus rasgos que, si bien dejan intacta su condición esencial de muertos vivientes, fueron suficientes para despistar a los vivos.


En esta columna decidimos tomar partido por los vivos y nos asumimos arbitrariamente como la referencia de cabecera en lo que a cacería de zombis respecta. Esperamos que este acto sirva como testimonio de que sobre este desolado páramo alguna vez cundió la civilización. Consideramos nuestro ineludible deber moral advertir a nuestros poquísimos lectores sobre las características de los zombis del siglo XXI, ya sea para prevenir o simplemente informar y, quizás, revertir el apocalipsis zombi de la vida real y restablecer la humanidad. Vayamos a lo nuestro.


Al igual que sus contrapartes de ficción, los zombis del siglo XXI han sido afectados por una espantosa infección. La diferencia es que en la vida real el patógeno, en vez de un virus, es una idea: una idea muerta, una idea zombi. Las ideas zombi son, en palabras de Paul Krugman, “ideas que van dando tumbos, arrastrando los pies y devorando el cerebro de la gente, pese a haber sido refutadas por las pruebas”. Las pobres víctimas de la infección zombi deambulan así por el mundo, con ideas muertas en la cabeza, dándose contra las paredes e infectando a otros incautos que no se han dado cuenta de que el apocalipsis ya ocurrió.


Aunque para la mirada entrenada de algunos hábiles cazadores pueda notarse con cierta facilidad el estado de descomposición en que se encuentran los zombis del siglo XXI, la realidad es que la mayoría de la población viva no está prevenida. Esto se debe principalmente a que, como dijimos antes, sus rasgos característicos no son exactamente iguales a los que se presentan en las diferentes manifestaciones de ficción, por lo que hace falta mirar con detenimiento y desentrañar estas notas esenciales que los identifican.


La primera característica es que los zombis no saben que son zombis. Han perdido la capacidad de autoconocimiento, como la reflexión, la crítica, la conversación. Las víctimas no saben que en su mente ha anidado la infección en forma de una idea zombi. Andan por el mundo convencidos de que las ideas que alojan en su pensamiento son ideas vivas, y las defienden furiosamente. No saben que esas ideas son ideas que carecen de la vida y dinamismo del pensamiento, que está siempre pensándose a sí mismo, siempre en movimiento. Las ideas zombi, en cambio, se presentan como acabadas, completas, irrefutables, y por eso mismo son ideas muertas, porque ya no se piensan más a sí mismas.


Pero los zombis creen que están tan vivos como todos y que lo que piensan es pensamiento vivo. Se desesperan con facilidad cuando ponemos a prueba esas ideas y evidenciamos su descomposición, y activan la segunda característica esencial zombi: la violencia.


Los zombis de ficción muerden, persiguen, rasguñan, lastiman; los zombis de la vida real, también: cuando se les acorrala, se les hace notar que están infectados y que sus ideas son ideas muertas, enfurecen. No conciben la posibilidad de estar equivocados y reaccionan violentamente. Son expertos en la ironía, el sarcasmo, el acoso y el insulto. Aplican los calificativos más rebuscados y rimbombantes para vejar, insultar y lastimar. Les llaman canallas, traidores, fatuos, sicofantes y otras tantas maravillas a los vivos. Son campeones del vituperio y su mordida es el insulto fácil, la mecha corta, el ad Hominem a la orden del día.


Como los zombis no saben que son zombis, cabe la posibilidad de que cualquiera de nosotros lo seamos. El simple hecho de estar dispuesto a someterse a un breve autoexamen es ya una buena señal, pues demuestra la buena disposición al autoconocimiento. Preguntémonos:


¿Con qué frecuencia tengo absoluta certeza de tener la razón? ¿Qué tan dispuesto estoy a entretener la idea de estar equivocado, aun si nadie me lo hace notar? ¿Estoy acostumbrado a volver sobre mis propios pasos, mis propias palabras y decisiones? ¿Examino regularmente mis convicciones? ¿Soy dado al insulto fácil, a la humillación de los que piensan diferente y a los que ponen en duda mis ideas? ¿Me enfurezco con facilidad?


En las próximas entregas de esta serie, continuaremos dilucidando la horrible devastación provocada por las hordas zombi de nuestro tiempo, describiendo y analizando sus principales rasgos distintivos. Mientras tanto, vamos ganando terreno para los vivos, un zombi a la vez.


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