No se deje engañar, estimado lector: la verdad existe.
Las hordas zombi tratarán con todas sus fuerzas de convencerle de lo contrario. Harán lo inimaginable para hacerle ver que todo es relativo, que la evidencia no importa, que la ciencia es defectuosa, que los expertos se equivocan. Mientras más se acerquen al objetivo de hacerle dudar sobre la existencia y la importancia de la verdad, más cerca estarán también de lograr la total erradicación de la civilización. Cuando la verdad caiga en desuso, el apocalipsis quedará consumado. Vamos a ver de qué estamos hablando.
A pesar del obvio peligro que la muchedumbre de zombis furiosos representa para los supervivientes, no hay duda de que en este mundo post-apocalíptico, la mayor amenaza suele provenir de otros vivos. Me explico: en las diferentes representaciones zombi de la cultura popular, como las series de televisión y las películas, podemos constatar que las crisis más importantes ocurren cuando dos grupos diferentes de supervivientes se encuentran.
Los zombis, a pesar de ser temibles, son fácilmente superables. Después de todo, los muertos vivientes son muy limitados, pues carecen de pensamiento, de estrategia y de visión. Tienen a favor pocos recursos: primero, son imbatibles, no se les puede detener más que con certeros golpes a la cabeza; segundo, son implacables, su furia no disminuye, no se cansan, no desisten; tercero, son incontables, muy numerosos, se agrupan en hordas impresionantemente masivas, que pueden llegar a incluir miles de integrantes, y ello provoca que pueden superar en cantidad a los grupos de personas vivas con facilidad. ¡Pero nada más!
Como experimentado cazador de zombis puedo confirmar a mis contados lectores que no hay mucho más que temer de ellos. Incluso me atrevo a advertirles que un solitario zombi deambulando por ahí no representa mayor dificultad para un individuo vivo, bien despierto y atento. Es más, ni siquiera un grupo pequeño de caminantes putrefactos representa un desafío demasiado importante para este hipotético y solitario superviviente bien descansado, bien alimentado y astuto. ¿Dónde está el peligro, entonces? ¿Cómo es que estas horribles criaturas acabaron con la civilización, a pesar de ser tan limitadas? Avancemos.
La horda zombi se impuso sobre los vivos, principalmente, por la desconfianza que sembró entre las filas de los supervivientes. Al derrumbarse la civilización tal como la conocimos, los seres humanos se volvieron insidiosos y desconfiados. Comenzaron a mirar a sus semejantes con recelo y a comportarse de manera sectaria, favoreciendo únicamente a los integrantes de sus círculos más reducidos, retrocediendo en el avance social a la época de las tribus y los clanes. A partir de entonces, la lucha entre los vivos se volvió cotidiana, ya sea por el control del territorio, de refugios fortificados, recursos (alimento, ropa, medicinas) o armas. Esto es sumamente interesante, pues en ocasiones, la amenaza zombi pasa a segundo plano, como si no fuera más que un accidente o un accesorio de otra lucha más encarnizada.
Mientras los vivos guerrean entre sí, los zombis prosperan. Los muertos vivientes se benefician de la enemistad entre los vivos. Si yo no fuera un hábil cazador de zombis, queridos lectores, casi afirmaría que los no-muertos gozan de lo lindo con la discordia humana, lo cual es imposible, considerando que los zombis han perdido la conciencia (y no me cansaré de repetirlo). Así pasa en las películas, así pasa en los cómics, así pasa en el apocalipsis zombi de la vida real. ¿Ya vamos comprendiendo hacia dónde vamos?
Los zombis del siglo XXI harán todo lo posible por sembrar la desconfianza entre los vivos, y qué mejor forma de hacerlo que convenciendo a la población de que la verdad no existe. Por supuesto que ninguno irá por las calles proclamando por todo lo alto la muerte de la verdad (o quién sabe, peores cosas se han visto), pero sí echarán mano de ingeniosas estratagemas para confundir.
Lo que harán será relativizarlo todo. Convencer a los vivos de que no existen los expertos, de que la ideología y el pensamiento son equiparables, de que todas las opiniones merecen el mismo respeto. Encubrirán con el manto de la igualdad la artimaña de invitar a la conversación a charlatanes, merolicos, estafadores y demás criaturas pro-zombi para ponerlos al mismo nivel que los expertos, científicos, especialistas, académicos. Despreciarán las opiniones educadas por considerarlas elitistas y crípticas, inaccesibles, y favorecerán las respuestas fáciles, más democráticas. Todo esto lo harán, paradójicamente, en nombre de la paz, la libertad, la igualdad y la justicia, para sembrar la suspicacia sobre todo aquel que no esté de acuerdo con sus jugarretas.
El resultado es el escenario post-apocalíptico en que nos encontramos actualmente, en el que reina la desconfianza, las teorías de la conspiración, las fake-news y los “otros datos”. Los zombis atacan furiosos a los cazadores que comprenden que la verdad no es democrática y que es independiente de la opinión, la ideología y la fama. Persiguen a los supervivientes dispuestos a desenmascarar sus mentiras y salir en defensa de la anticuada pero siempre confiable verdad, aunque no sea tendencia.
Así que ya lo sabe, amigo cazador de zombis: desconfiar de los vivos no es la manera de recuperar la civilización y sobreponerse a los zombis. Tampoco se trata, obviamente, de obsequiar nuestra confianza gratuitamente. Lo que sí hay que hacer es encontrar la manera de restablecer las condiciones para que la confianza entre los vivos florezca, usando como piedra angular una sencilla proposición: que existe la verdad, y que existen las mentiras. Las cosas, temo decirle, no siempre dependen del cristal con que se miran; no todas las opiniones merecen el mismo respeto; las ideas (ideas vivas) no son lo mismo que las ideologías (ideas muertas); los expertos y especialistas, generalmente, saben de lo que están hablando, y aun entonces, deben ser corregidos si la evidencia los contradice.
Seguimos avanzando, un zombi a la vez.
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